Aún la recuerdo como si fuera ayer cuando la encontré en la celda fría, tumbada en las mantas: ojos empañados, morro seco, delgadez extrema y pelo áspero y escaso. Su manera de mover el rabo contrastaba la escena de una forma extraña pero mágica.
Es increíble como castigamos a quien siempre nos perdona, a quien siempre nos acompaña, a quien siempre nos quiere. Estoy convencida de que aquella perra permaneció con su dueño hasta el último momento, de que confió en él desconociendo que su destino sería acabar encerrada en una habitación lúgubre, sin comida ni a